
El ciudadano peruano, para evaluar a un gobernante, parte de una premisa: todos roban. La diferencia es que unos “roban y hacen obra” y otros “roban y no hacen nada”. En la primera categoría colocan a Alan García y Alberto Fujimori y en la segunda a Alejandro Toledo. Se ha llegado a este mediocre pragmatismo, como resultado de más de tres décadas de fracasos políticos, económicos, culturales, deportivos y sociales, que han conducido a una baja autoestima y a la aceptación de una suerte de fatalidad sobre el futuro del país.
Aristóteles, el gran pensador, demostró que los políticos son personas ambiciosas y prácticas que tienen una gran ambición: el reconocimiento. Por ello están a la búsqueda de los homenajes, las distinciones, los monumentos, las condecoraciones y, en la época moderna, las primeras planas, las entrevistas en la televisión, entre otras. El sueño de Platón, que los sabios -es decir, los filósofos- gobiernen el mundo ha sido, hasta hoy, una utopía. Mientras el político busca el poder, los bienes materiales y satisfacer su vanidad y su ego, los filósofos y pensadores buscan la verdad, aman el conocimiento y encuentran la felicidad en el entendimiento de la condición humana. Hay una suerte de divorcio que deberá, alguna, vez terminar. .

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